y al maestro Noé Castillo Alarcón.
Hay que releer Los versos satánicos. Hasta donde recuerdo, hay una caricaturización del sátrapa iraní, líder religioso perseguido por el sha de Irán (muerto en Acapulco, exiliado en México en tiempos de López-Portillo), Imán Jomeiní.
El Ayatollah era un líder revolucionario. Exiliado en París, luchaba por no contaminarse de la decadencia de Occidente. De hecho, la novela de Rushdie trata el fenómeno migratorio, de cómo el emigrante pierde la esperanza, el producto que vende la religión, durante el viaje (geográfico y cultural).
Cuando era un chico, Salman perdió la fe. El hueco que dejó la religión nunca fue llenado. En Oxford, cursó Historia. Y entró al mundo literario por el teatro. Así que sus novelas son divertidas y originales, pero no para leerse de una sentada: quien las escribe es un erudito (temía la reacción de los musulmanes en EEUU y casi lo matan ahí). Recuerdo que mi ejemplar era una edición publicada a toda prisa por un consejo editorial armado ex-profeso por el Ministerio de Cultura español (eran los tiempos de Felipe González: España estaba en democracia y recién había ingresado a la OTAN. Ya no era más África, era Europa de pleno derecho). Por esta razón, no he podido atribuir mi frase favorita de esa novela: "Cuán dura la lucha, cuán inevitable la derrota". Ninguna editorial quería arriesgarse a un bombazo. Leído, se lo he prestado a un amigo de la facultad. Cuando le pido me lo devuelva, me dice que lo ha perdido. A lo mejor se lo robaron en el autobús. No puedo creerlo. Antes de que terminara el semestre lo ha recuperado. Desde entonces, duerme el sueño de los justos.
Quizá inspirado por esta novela, Luis Felipe Lomelí forjó su cuento mínimo: El Emigrante. "¿Olvida usted algo? ¡Ojalá!."
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