¡Cácaro, suelta la botella! -gritaba el respetable cuando la cinta se proyectaba mal (imagen, sonido o ambos). Regresaba dando un brinco, y era peor la cinta continuaba en otra escena. Sólo en las ciudades pequeñas se sabía quién hacía el trabajo. Uno de mis maestros, teacher de inglés, era un veterano beliceño que había conseguido empleo como taquillero del Cine Ideal).
Por referencias, sé que el padre de La Mirona trabajaba de proyectista cuando se terminó la chamba en el ferrocarril. Era chino.
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